La venganza de los brutos

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La venganza de los brutos

No es exactamente un deja-vu, pero se parece: un nuevo gobierno acaba de asumir y de inmediato reinicia el desmantelamiento del sistema científico-tecnológico público argentino. Lo novedoso en este 2024, acaso, es la magnitud del desguace y la violencia retórica y física de la que viene acompañada.

La movida descuartizadora de espacios intelectuales cuenta con el apoyo de algunos sectores de la sociedad, ya sea por razones ideológicas (les importan más las ganancias inmediatas que los rendimientos inciertos del esfuerzo intelectual) o por una visión crítica de las instituciones involucradas. Este segundo grupo contó y cuenta con apoyos mediáticos y políticos que ayudan a moldear una mirada complaciente con la aniquilación de organismos científicos, universidades, entidades educativas, etc.

Todes lo hemos escuchado, leído, receptado, sentido: que el CONICET estaría lleno de “vagos”, “militantes”, de gente que investiga cosas sin importancia; que las universidades serían reductos de “zurdos”, que se compran títulos, que en ellas enseñan sólo los mediocres; que en las instituciones educativas hay “adoctrinamiento”, que tienen vacaciones largas y que nadie quiere trabajar.

Quienes trabajamos en educación o ciencia, o quienes estudiamos o interactuamos con las instituciones científicas y educativas públicas, sabemos que esas afirmaciones están completamente alejadas de la realidad. CONICET está entre las instituciones de investigación mejor consideradas en el mundo, hay universidades públicas nacionales que ocupan puestos de relevancia en diferentes rankings sobre ese tipo de instituciones; las casa de estudio, además, están gobernadas mayormente por grupos de derecha; y la otrora picante militancia estudiantil está hoy bastante más deslucida.

La réplica de esos discursos se asienta en individuos de los más diversos pelajes, aunque sus preferencias políticas suelen apuntar hacia la derecha del espectro, adhiriendo con frecuencia al actual oficialismo. Seguramente hay una amplia variedad de causas y motivos que llevaron a mucha gente a votar por Milei como presidente argentino. Pero una parte de ese conjunto de electores defiende un cuerpo de ideas, sostiene un conglomerado de prejuicios y exhibe un estilo de agresión que -vistos desde fuera- les confiere cierta identidad.

El CONICET en boca de todos

Se escuchan en la radio, en la calle, en la tele y en las redes. De boca de políticos, de verduleres, de vendedores ambulantes y de futbolistas. Hay un conjunto de afirmaciones que se repiten como mantra aunque no tengan ninguna base en datos, hechos, análisis ni menos aún en estudios.

Por supuesto que los casos particulares pueden presentar diferencias. Pero nos interesa apuntar a algunas características que se repiten en ese colectivo y que conforman rasgos que caracterizan a un conjunto para nada menor de personas.

Entre los tópicos más reiterados en ese cuerpo de prejuicios están los que refieren a la investigación científica, la educación superior -en particular, las universidades públicas- y las instituciones donde cumplen funciones científicos, profesores, investigadores y educadores.

Se dice que el CONICET alberga vagos, militantes, gente que estudia cosas que no le interesan a nadie, que se gasta mucho en ciencias sociales (que el mismo discurso da por hecho que son intrascendentes). Se le dedican apodos con pretensiones de ingeniosidad, como “choricet” o “ñoquicet”. Algunas personas más propensas a la imaginación llegan decir que conocen a algunos (o varios) de tales “parásitos”, cuya vagancia y filiación política los convertiría en sumidero de todas aquellas cosas que a les dicentes les falta: puestos de trabajo, salario, ingresos adecuados, salud, educación y un largo etcétera.

Cualquiera que conozca realmente a algunxs investigadores que se desempeñan en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) sabe del durísimo trabajo que en general realizan. Ya sea que se desempeñen como Becarios, o hayan ingresado a la carrera de Investigador (Asistente, Adjunto, Independiente, Principal o Superior) suelen estrujarse los ojos, las manos y diversas partes de su anatomía para conocer, analizar y estudiar diferentes temáticas. Del mismo modo, quienes forman parte del Personal de Apoyo a la Investigación (Profesional, técnico o artesano) aportan su saberes específicos cotidianamente. Los investigadores deben presentar informes anuales o bienales, y también se elaboran informes periódicos sobre la labor de los técnicos. (Véase Ley 20.464). Atravesar cada una de esas instancias requiere, en la gran mayoría de los casos, lidiar con presupuestos completamente insuficiente, plazos estrechos, equipos o laboratorios inadecuados, etc. Tales complicaciones, sin embargo, no se reflejan en la prensa ni mucho menos en la manada de cuentas tuiteras que descalifican a esxs laburantes que -también hay que decirlo- frecuentemente no toman muy en cuenta su condición de asalariades.

¿Para qué sirve pensar?

Otro enfoque que busca desacreditar al CONICET se basa en la supuesta inutilidad o vacuidad de los temas que abordan sus equipos.

En 2016, en el marco de la reducción de ingresos de investigadores al organismo científico dispuesto por el gobierno de Mauricio Macri, en las redes (anti)sociales proliferaron cuestionamientos hacia diversas producciones financiadas por el CONICET. Con una coordinación ajena a las coincidencias, los teclados más venenosos de la red antes conocida como Twitter se lanzaron a ridiculizar una serie de artículos cuyos títulos o temas, a primera vista, parecen extraños al mundo de la ciencia. En paralelo, como es habitual, grandes medios de comunicación se hicieron eco de esos ataques, escondiendo sus intenciones políticas detrás de una prosa aparentemente periodística. En ese momento se orquestó una campaña desde el poder para instalar una visión contraria a los organismos científicos estatales.

De pronto, en ámbitos de lo más heterogéneos, pasaron a ser tema de conversación la publicación sobre “Nacionalidad, raza, cultura y clase en ‘El Rey León’” (Pablo De Marchi y otrxs), la banalidad de fijarse en las portadas de revistas infantiles (en relación a un trabajo de Gustavo Salcedo), o las burlas hacia quien indaga acerca de qué miradas sustentan a “Star Wars”. Mucha gente que no leyó ni una linea de los papers en cuestión, sin la menor formación ni experiencia en semiótica o análisis de discurso, se sintió súbitamente erigida en evaluadora de revistas académicas al punto de asumirse autorizada para la descalificación intelectual, moral y científica del trabajo de diversos investigadores.

Científicos lavando platos
Turing, Einstein y Curie lavando los platos (creado en Leonardo.ai con Dreamshaper 7)

Esta linea de cuestionamiento suele pararse frecuentemente en el rechazo y la subestimación de las ciencias sociales, frente otras disciplinas a las que considera “útiles”. Para estas personas sólo sería útil lo que produce ganancias, logros inmediatos tangibles, mientras que toda otra producción sería pérdida de tiempo, más aún si es financiada por el Estado.

La descalificación de las ciencias sociales no es patrimonio exclusivo de los externos al sistema académico. Es muy frecuente encontrar profesionales, investigadores y docentes de ingeniería, física y otras de las llamadas “ciencias duras” sosteniendo posiciones similares.

Esto se evidencia en la “defensa” del CONICET que ensayaron algunos académicos de disciplinas como las citadas, quienes trataron de desmarcarse de los artículos cuestionados destacando los éxitos en materia de salud, tecnología, u otras áreas de relevancia económica a corto plazo o cuyos resultados sean más fácilmente palpables, consintiendo así el destrato hacia esas disciplinas.

Reducción al absurdo

Esa perspectiva utilitarista sostiene que hay temáticas que no merecen abordarse. Eso incluiría, por ejemplo, las indagaciones sobre la forma en que se hace investigación, la selección de temas, los recortes de los problemas abordados (porque ninguna investigación puede tratar de todo), e incluso los criterios para otorgar relevancia a ciertas temáticas por sobre otras: esos son cuestiones que abordan la filosofía, la epistemología y otras disciplinas que están vedadas por el imperativo de los logros inmediatos. Eso significa que la ciencia que les impugnadores hacen se lleva adelante sin reflexionar sobre esos asuntos, a ciegas, guiados por el contexto, el entorno, las expectativas personales, pero sin someter essos contextos a juicio ni escrutinio alguno.

EL proclamado utilitarismo tampoco tiene sustentos firmes. ¿Cómo saber de antemanto si una investigación traerá o no resultados favorables? Es obvio, pero parece imprescindible recalcar que se investiga sobre lo que no se sabe, o se sabe poco; si se supiera de antemano el resultado de un experimento, por ejemplo, no haría falta hacerlo… a menos que se quiera verificar la validez de los resultados obtenidos por otros.

De hecho, la reproducibilidad de los experimentos es un pilar de la investigación científica empírica, ya que permite que científicos diferentes constaten que lo que otro afirma es válido o no, o permiten precisar los límites en los que los resultados son similares. La mirada utilitarista probablemente desestime esos trabajos porque, en definitiva, se trata de hacer lo que ya hicieron otros.

La historia de la ciencia cuenta numerosos casos de descubrimientos accidentales (véase, por ejemplo, este artículo en la BBC), como es el célebre caso de la penicilina. No por eso vamos a considerar que todas los temas son igualmente prioritarios, pero es contundente y definitivo que no es posble asegurar completamente a priori la utilidad o no de una indagación científica.

Pero volvamos específicamente a la impugnación hacia las ciencias sociales. El destrato en general suele apuntar a la filosofía, la psicología, las ciencias de la educación, la sociología, las comunicaciones… pero esas no son los únicos saberes que se engloban bajo la categoría. De acuerdo con la clasificación que usa el propio CONICET, el área de Ciencias Sociales y Humanidades incluye -entre otras- al Derecho, la Geografía, la Semiótica, la Arqueología y la Demografía. Más aún: entre las disciplinas de esta gran área figura una entre cuyos graduados campea ampliamente la crítica a los organismos científicos: la Economía. Llamativamente, decenas de autodenominados “Economistas” (sea que tengan título expedido en esa disciplina o carezcan completamente de él) suelen proferir diagnósticos y espetar recetas con un tono más cercano a las revelaciones religiosas que a lo que se espera de un saber científico donde las afirmaciones están siempre sujetas a nuevos escrutinios.

Por otra parte, una ciencia prescindente de lo social supone que las consecuencias colectivas quedan fuera del interés del investigador o de la investigadora. Más aún: la propia sociedad, sus contradicciones, sus conflictos, su devenir, quedan afuera de la mirada estrecha que se propugna.

El caso de la Economía es muy ilustrativo de la pertinencia de la mirada social: se leen y escuchan a muchos profesionales y aficionados a esa disciplina que adoptan enfoques en los que lo social no cuenta, donde el hambre, la desnutrición, la falta de vivienda, los accidentes laborales, la infraestructura común, los efectos sobre el medio ambiente, los derechos colectivos e individuales, etc., son problemas ajenos a su “objeto de estudio”, apareciendo a lo sumo como “distorsiones” de modelos que -para ellos- tienen propiedades beneficiosas para el conjunto, sin medir plazos ni evidencias. Hay una correspondencia entre negar los aspectos sociales de las teorías o las medidas económicas y burlarse de cualquier análisis que trate de comprender esas consecuencias.

El profe me odia

¿Cuántas veces habremos escuchado o proferido esa justificación tan básica de alguna baja nota en una materia? La afirmación rara vez llega acompañada de alguna explicación viable sobre por qué desarrollaría tal encono un docente que tiene -habitualmente- cientos de alumnxs por semana en varias instituciones.

Por el contrario, en la actualidad se ha extendido el desprecio y la subestimación de la labor docente, sobre todo en relación con la educación primaria.

Al respecto circulan numerosas aserciones sobre las condiciones laborales basadas en apreciaciones incorrectas o manifiestamente falsas. Por ejemplo, se escucha que los docentes trabajan sólo 9 meses, aunque la realidad es que su licencia anual (o vacaciones) varía entre los 30 a 50 días; o que su carga horaria laboral es de apenas 4 horas diarias, desconociendo (o subestimando) la tarea de preparación de clases, corrección, búsqueda de materiales, actualización, etc., además de que los bajos salarios obligan a les educadores del nivel primario a procurarse más de un cargo y quienes se desempeñan en secundaria deben peregrinar entre numerosas instituciones estatales y privadas para yapar los magros ingresos.

De la mano de esos cuestionamientos llega la crítica contra los paros docentes, a los que se endilgan todos los males de la educación. Tales discursos evitan considerar los motivos por los cuales un grupo numeroso de educadores decide resignar su labor cotidiana para cursar largas caminatas colectivas, a menudo sujetas a la represión policial, el inicio de causas judiciales en contra de quienes se manifiestan y las agresiones de transeúntes enfurecidos.

La intolerancia hacia las protestas de educadores se sostiene en parte en el cuestionamiento al desempeño del sector. Gobiernos varios, comunicadores de lenguaje limitado pero altisonante y medios de dudosa reputación, vociferan contra el nivel educativo y responsabilizan de ello exclusivamente a les docentes.

Para sostener las diatribas, uno de los tópicos que se repite es el de los magros resultados de les alumnes de nuestro país en las famosas pruebas del PISA (Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes). Los grandes multimedios, con sus expresiones en Internet, bombardean periódicamente titulares catastróficos sobre las debilidades que revela el programa mencionado.

Los datos de PISA no reflejan la totalidad del sistema, y se limitan a medir lo que está al alcance de pruebas estandarizadas cuyo impacto debe contextualizarse en el país, su cultura, y sus prioridades. De todos modos, y aún con esas salvedades, lo que revela merece -de mínima- una preocupación mayor por el tema.

Llamativamente, los mismos medios y funcionarios no se muestran igualmente interesados en analizar las causas y mucho menos en promover mayor presupuesto, mejores condiciones para la educación (salarios, equipamiento, necesidades edilicias, etc.).

Mientras que los resultados de PISA ocupan titulares y discursos públicos, hay otros estudios que se ignoran y omiten. Por ejemplo, la Universidad de Sussex y la Fundación Varkey lleva adelante un relevamiento sobre el estatus de la docencia en decenas de países, cuyas conclusiones se resumen en el Índice Global de Estatus docente (GTSI). En su última edición (2018) el trabajo concluye que los altos salarios y el respeto a la labor docente están fuertemente relacionados con el logro de “mejores resultados académicos” en los alumnos.

En el GTSI la Argentina se encuentra entre los 5 peor rankeados, reflejando la baja valoración que tiene la docencia en nuestro suelo. Entre los países que le tienen aún menos respeto a la docencia figuran Italia, Israel y Brasil, países que también calificaron abajo en las famosas PISA tomadas 3 años antes del relevamiento de GTSI.

En resumen, el poder (con políticos y comunicadores como voceros) vive vociferando que quiere “mejor educación”, pero no está dispuesto a destinarle recursos. El DNU 70/23 dictado por Milei lo pone muy en claro: dice que es un “servicio esencial” el “cuidado de menores y educación de niveles guardería, preescolar, primario y secundario, así como la educación especial”. Pero esa declaración sólo se usa para prohibir que sus trabajadores hagan huelgas, pero no para asegurarles recursos, salarios, equipamiento o condiciones de trabajo adecuadas.

El adoctrinamiento

En los últimos años, las agresiones oficiales contra les educadores -luego repetidas por comunicadores mercenarios- apuntan muchas veces al hipotético “adoctrinamiento” que se perpetraría en las aulas.

Este discurso se sostiene a partir de casos sueltos donde el/la docente habría interpelado a sus alumnes, o habría presionado para que adoptaran tal o cual postura política. Tampoco hay estudios, ni definición precisa sobre qué quiere decir adoctrinar ni mucho menos análisis honestos sobre los numerosos valores que se imparten y comparten en las instituciones educativas.

Las reacciones más airadas suelen apuntar contra el lenguaje inclusivo (doy por sentado que quienes adhieren a esa preocupación no leerán este artículo), a interpretaciones críticas de la historia, la educación sexual, los pueblos indígenas, entre otras. En paralelo, jamás llaman adoctrinamiento a la enseñanza de una religión en particular, o a tópicos de alta carga ideológica como hablar del “descubrimiento” de América.

Cabría suponer que lo que se impugna sería la imposición de ideas por parte de la autoridad del aula, con la pretensión de que se las acepte sin críticas (como lo refleja un diccionario norteamericano, según cita José Ibáñez-Martin en un artículo sobre adoctrinamiento). Pero si en paralelo no se impugnan contenidos estereotipados (como el rol “civilizatorio” de España, por dar un ejemplo) no es la imposición lo que provoca la queja sino que se pongan en juego ideas contrarias a las que sostienen los impugnantes.

La falta de seriedad en el tratamiento del tema no permite contar con datos valederos que permitan apreciar si el problema existe (ni siquiera se sabe con precisión cuál sería el problema), ya que se generaliza la situación a partir de la mirada tendenciosa sobre algunos casos particulares, descontextualizados, sin relación con otros aspectos de los procesos educativos.

Como en los casos anteriores, se trata de afirmaciones altisonantes que alientan la respuesta enfurecida rápida y poco sustentada.

Facilidad de palabra

El desdén por el CONICET, el desprecio a la docencia y a sus reclamos, la aversión a los procedimientos del mundo académico, tienen en común que se despliegan sin necesidad de conocer nada ni de constatar ninguna realidad. Permite escupir descalificaciones sin requerir la evaluación por pares, ni la lectura amplia de bibliografía, explicitar qué aportes tendría la postura esgrimida, ni se precisa ningún experimento. Permite canalizar frustraciones y resentimientos, identificando al mundo intelectual como responsable de las carencias propias.

El poder de ridiculizar y desdeñar a un grupo de personas sin necesidad de profundizar, ni de estudiar, ni reflexionar siquiera, es algo que tiene su atractivo. Más aún cuando esas posiciones son avaladas por “celebrities” como Canosa, periodistas, y algún que otro diplomado.

Seguramente ha contribuido a esas miradas la visión de una parte del mundo académico que se asume superior y distante. Tampoco hay que desconocer que la producción científica (aunque siempre esforzada) sigue muchas veces intereses más oscuros y concretos, o que la investigación misma está sesgada frecuentemente por quienes financian los proyectos. Pero aunque a veces se hace referencia a esos intereses para cuestionar ciertas actividades (como ocurre con los anti vacunas respecto de los grandes laboratorios), no es el centro de la crítica. Si así fuera, se impulsaría más investigación pública, no menos; y se buscarían métodos de evaluación más independientes del poder económico, antes que reducir las plantillas de científicos y educadores sostenidos con fondos públicos.

Tampoco se sostienen con datos las afirmaciones que equiparan el nivel científico con la investigación en manos del “sector privado”. Hoy por hoy, los grandes avances en los países centrales cuentan con fuerte apoyo estatal, siendo China un ejemplo contundente en ese sentido.

Estos temas, obviamente, no serían objeto de indagación “útil” según los criterios referidos, ya que sería tema para las vituperadas “ciencias sociales”.

A nivel general, la descalificación de los científicos y educadores cumple sobre todo con una función: la de justificar el desfinanciamiento de la educación y la ciencia públicas, para dejar su soporte exclusivamente en manos de los intereses particulares de grandes monopolios (principalmente extranjeros). Que ese esquema deje afuera a la mayoría de la población, que desarme cualquier proyecto estratégico orientado al interés nacional, son cosas que no les interesa a los ideólogos poderosos de esas miradas.

Jorge Ramirez

 

 

Para leer:

https://www.scimagoir.com/institution.php?idp=25417

https://www.topuniversities.com/world-university-rankings?tab=indicators&region=Latin%20America&countries=ar&sort_by=rank&order_by=asc

 

https://cifras.conicet.gov.ar/publica/

https://www.clarin.com/sociedad/recorte-conicet-polemica-investigaciones-star-wars-anteojito-rey-leon_0_ryqI_wt4e.html

https://lavaca.org/notas/lo-que-dejo-el-debate-por-el-rol-del-conicet-para-que-sirve-financiar-investigaciones-en-ciencias-sociales/

 

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